Sin cambios no hay paz

La gran minería supone un círculo virtuoso de crecimiento económico y bienestar social.

Ojalá los integrantes de los distintos frentes de la guerrilla fueran ideólogos. Que todas las filas de su ejército fueran personas educadas y convencidas, no por la fuerza, el abandono o el hambre, de hacer parte de una lucha que se gestó hace más de 50 años con la idea de justicia social.

A muchos parece olvidárseles que hay menores reclutados por la fuerza y que la mayoría de los combatientes están ahí por el pago que reciben y los peligros de desertar. Obvio que fue la opción que les dio el Estado. Obvio que la ausencia del mismo obliga a la gente a resolver como pueda sus necesidades más apremiantes.

La ausencia del Estado no se ve sólo en la falta de autoridad para proteger un territorio sino en cómo la gente termina haciendo cualquier cosa, así sea ilegal, en respuesta a esa ausencia. Las calles de Cartagena están plagadas de ese testimonio. La gente sigue pensando que el tema del mototaxismo, por ejemplo, es parte del subdesarrollo mental. Sí, y ¿dónde están las rutas, las vías, el sistema de transporte amable, eficiente y seguro? ¿Dónde están las opciones para el que no tiene más opción?

La propuesta de paz obviamente incluye un cambio en la estructura, replantear el sistema, un Estado eficiente que no les conviene a muchos de los que trinan duro.
Si analizamos el discurso oficial podemos rápidamente darnos cuenta de cuánta contradicción trae. Que la apuesta de “desarrollo” sean las locomotoras mineras es de tajo una ironía. Las minas son explotadas por multinacionales, es decir los extranjeros extraen nuestros recursos minerales y se llevan el mejor bocado de nuestras riquezas, dejando un deterioro ambiental, social y de salubridad incalculable.

La gran minería supone un círculo virtuoso de crecimiento económico y bienestar social, pero en nuestro caso, el ingreso captado por dicha extracción está muy por debajo del cálculo de tal riqueza y en cambio, los costos que nos generan son muy altos, por ejemplo, el envenenamiento de las fuentes hídricas.Las cifras ya hablan de una desaceleración de la economía, de ser “víctimas de la enfermedad holandesa”. Los expertos indican que el remedio es el ahorro, pero en campaña, el que ahorra pierde. Y ahí vamos en ese círculo lastimero de pobreza y desigualdad.

Entonces, una paz sin cambio en el modelo es una completa farsa. Una paz en la que nos preocupe que los ideólogos de la Farc hagan política es ingenua. Una paz que excluya a los 8 mil combatientes que no sabrán qué hacer con sus vidas después de la “guerra” es cambiarle el nombre a nuestras desgracias.
¡Ah! las tierras. De nada sirven sin tecnificación, asistencia, ni investigación, sin resolver los cultivos ilícitos, sin una apuesta productiva que dé a campesinos rendimientos financieros. Si no estamos dispuestos al cambio no estamos dispuestos a la paz.

Comparte esta noticia con tus amistades:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *