La Sagrada Inquisición duró siglos asando y quemando ingenuos que no se prosternaban a la santísima fe.
En el nombre de Dios y del Señor de los cielos, el negocio de la religión ya pasó los límites de la codicia y la explotación de fieles. A las prédicas en templos, misiones carismáticas, mezquitas y casas de oración las une el ánimo perverso del diezmo y de la alienación física, entre los cuales a muchos líderes religiosos -no todos, aclaro- los une el mecanismo de apropiarse de las mentes y del dinero de los feligreses, siempre dispuestos a creer en lo imposible con tal de recibir bendiciones. A Dios rezando y al bobo explotando, parece ser la consigna de muchos avivatos.
En todos los continentes se cuecen habas. Se explotan ingenuos y se dominan vasallos utilizando la religión, con el componente económico y político. Los egipcios esclavizaron a su pueblo para que construyera templos y adoratorios a sus dioses. Las pirámides de Keops, Kefrén y Micerino fueron construidas para complementar la vanidad faraónica de quienes explotaron a su pueblo a nombre de Amón Ra, el dios.
Los musulmanes utilizaron el nombre de Mahoma el profeta, de Alá, su Dios, y conquistaron medio mundo conocido. Al propio Mahoma le gustaban las mieles del botín, cuando se casó con una viuda multimillonaria llamada Jadisha, que podría haber sido su abuela.
Todavía es la prédica para terrorista fundamentalistas que quien muera en combate va directo al paraíso y al cielo, a encontrarse con vírgenes desnudas, danzarinas hermosas y sensuales, querubines y tesoros espirituales y materiales. Los caballeros templarios protegían a los fieles que iban al Oriente y a Jerusalén a visitar los sitios santos, y cobraban diezmos, ya siendo ricos y poderosos; el mismísimo papa Clemente V, en 1312, instigado por el rey Felipe IV de Francia, los acabó para quedarse con sus bienes.
La Iglesia Católica, con sus tesis simoniacas, que no eran más que vender indulgencias para expiar o perdonar los pecados, se inventaron la Taxa Camarae, tarifas o indulgencias económicas por asesinatos, violaciones, avaricia, etc. Quien reza, peca y paga, queda perdonado, decía la cínica y demoníaca ley eclesiástica del papa León X, en 1517. Esta perversa proclama construyó templos, basílicas e iglesias a lo largo de Europa y América, a pesar de que se duda de la autenticidad de este esperpento. No había delito que no fuera perdonado a cambio de dinero.
Se dice que la basílica de San Pedro fue terminada con estos turbios y ensangrentados diezmos y primicias. Alfonso X el sabio aprobó una resolución de persecución contra los judíos, por apóstatas y genocidas de la cristiandad, cuando la realidad fue que se adueñaron de sus propiedades para sanear la quiebra del reino.
En el año 754, el emperador Pipino el Breve dio a conocer un documento que se llamó ‘Donatio Constantini’, algo así como ‘la donación del emperador Constantino’ a la Iglesia, de millones en templos, tierras, iglesias, abadías. Fue el mejor y más lucrativo negocio espiritual, sin aportar un solo peso, lo que logró que la cristiandad fuera la empresa más poderosa del Medioevo. Al parecer fue uno de los primeros gobernantes alienados mentalmente a las prédicas de los representantes de Dios en la tierra.
Fernando e Isabel, los reyes católicos, entronizaron en Europa y América la justa, ecuánime y sagrada Inquisición, que duró siglos asando y quemando ingenuos que no se prosternaban a la santísima fe. Garrote, cepo, cuchillo, vejaciones, asesinatos y pérdida de propiedades.
La sacratísima Compañía de Jesús fue durante décadas y centurias la empresa bíblica y religiosa más explotadora de mentes y bienes espirituales y materiales. Templos, colegios, universidades y millones de hectáreas en el Nuevo Continente, amansado con espada y cruz.
El ‘Mascachochas’, Tomás Cipriano de Mosquera, hastiado de tanta explotación y prebendas sin límites, los expulsó, hasta que otro rezandero les devolvió sus sagrados dominios.
Hoy, a nombre de Dios, se reza, se cobra.Eligen senadores y representantes, se arman multinacionales espirituales, y hasta los fanáticos se inmolan y asesinan a nombre de dioses sordos, ciegos y mudos. El verdadero Dios debería castigar ejemplarmente a estos expoliadores mentales y religiosos.