Resulta extraño que por estas épocas, tan avanzadas en asuntos de política partidista, se hable de caciquismos. Los colombianos tenemos suficientes recorridos por viejos caminos de fondo liberal y conservador. Claro que de “caciques” sí hemos padecido. De aquellos que en un pueblo ejercen influencias abusivas en asuntos políticos, sociales o administrativos.Algunos buscaron, infructuosamente, “renovación de partidos, costumbres y sistemas”. Y en nuestro liberalismo, “moderadas rebeliones”, que al final cedieron a la realidad del comportamiento hidalgo y cordial. El liberalismo requiere una organización de masas que arranque, desde las veredas como fuerza moderna, sin dispersión de fuerzas. De los discursos y escritos de Gaitán, citamos esta idea, tomada del libro “Gaitán, antología de su pensamiento social y económico”: “Ser revolucionario es ir en contra del eje mismo de lo que se juzga absurdo y perjudicial, pero seriamente, metódicamente, centralmente. El revolucionario sabe que la labor es ardua, dura, difícil y, por tanto, considera que la realización no es para hoy, que las pirámides no se comienzan por el vértice. El revolucionario de ideas no comprende la revolución sino como la culminación de una evolución antecedente, orgánica y formal. El Estado en una primera etapa, debe representar todas las clases y defender especialmente, a la que lo necesita, o sea, la gran mayoría de los desheredados.
Las gentes liberales, nuevas o no, ojalá tiendan a echar por tierra viejos cacicazgos (si los hay), a modificar el estilo de lucha política y modernizar la organización del partido. Y que en departamentos y municipios surjan figuras para el Congreso, asambleas y concejos y resquebrajen añejos feudos electorales. Y, llenos de alientos patrios, se truequen en orgullo y prez de cada colombiano.