Enrique Díaz, un jirón de Macondo

Por fortuna sus composiciones no fueron promovidas por la manipulación de las estrategias publicitarias.

Para quienes lo conocieron Enrique Díaz fue uno de los más grandes mitos de nuestra infancia, su muerte es poco menos que la desaparición de un pedazo de la cultura y del realismo mágico de nuestros tiempos mejores.
Si es cierto aquello de que la cultura son las manifestaciones de la vida de una comunidad, sus costumbres, sus creencias y sentimientos, entonces las canciones de Enrique Díaz son parte de nuestra cultura; pero no de la cultura light, esa cultura ligera, superficial, que aparece con la misma rapidez con la que se esfuma; por el contrario, Enrique Díaz, sus canciones y composiciones serán parte de nuestra cultura clásica y popular, esa que es resistente al tiempo, capaz de sobrevivir ante el embate de la civilización, la modernidad y la posmodernidad. Su legado cultural, representado en su cancionero popular, no pretende ser de avanzada, porque por fortuna sus composiciones no fueron promovidas por la manipulación de las estrategias publicitarias; más que ello, son representaciones de una época digna de estudiarse y analizarse desde cualquier disciplina del conocimiento. Por eso, se equivocan quienes pretendan hacernos creer que sus composiciones como La Caja Negra, El Rico Cují, El Chupaflor, entre otras, pasarán a ser relegadas al desván de las cosas pasadas de modas.
Y se equivocan porque las de Enrique Díaz serán, desde ayer cuando murió, parte y representación de una cultura que nos obliga a pensar, repensar y reflexionar sobre una época. Es decir, sobre lo clásico, aquello que es digno de repetirse, muy a pesar de que la dialéctica nos diga que “nadie puede bañarse dos veces en las aguas de un mismo río”. Paz en la tumba del Maestro Enrique Díaz, quien tendrá la ventaja de sobrevivir en sus canciones.

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