Montería es una ciudad incoherente, no apta para vivir dignamente en sociedad, sino para sobrevivir.
El desalojo de los vendedores que por más de medio siglo ocuparon la orilla del río Sinú pone de manifiesto no solo la falta de planeación del gobierno municipal sino el horror y la barbarie con la que se hace de Montería una ciudad excluyente, en la que cada día se evidencie más la distancia entre ricos y pobres.
El tipo de ciudad que se construye en cualquier parte del mundo, desde lo arquitectónico y urbanístico, debe ser coherente con la sociedad y el ambiente que la habita. Solo así se puede entender el desarrollo y el crecimiento sustentable. Y es claro que en Montería no ocurre así, porque esta es una ciudad incoherente, no apta para vivir dignamente en sociedad, sino para sobrevivir. La ciudad del ‘sálvese quien pueda’. De la selva de cemento. Del caos.
Construir ciudad no es solo pavimentar calles ni hacer obras para embellecerla, más que eso, es saber qué se pretende y hacia dónde apuntan las obras. Y el alcalde Carlos Eduardo Correa Escaf no lo sabe. ¿Que necesita la ciudad? ¿Cuál es la ciudad que queremos? No lo sabe porque no lo ha consultado con la sociedad. Si lo hiciera aparecerían otros proyectos más humanos. Más dignos. Menos excluyentes. Que no expulsen ni desamparen a los hombres ni mujeres que viven del rebusque diario, sino que les crearían condiciones dignas para trabajar, incluso a la orilla del río Sinú. Esa sería una forma de actuar razonablemente y socialmente contra la pobreza, al tiempo que se valoraría el patrimonio material e inmaterial de Montería. Lo otro, es huirle a la solución de los problemas y creer que el empleo de la fuerza es superior a la inteligencia, lo cual solo genera resentimientos y odios. Y crea monstruos, como: la guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico y la corrupción.