Montería.-Nada sería más agradable, cómodo y tranquilizador que despertar todos los días y encontrar una ciudad como la que vimos recientemente, tranquila, sin angustias, sin pitos y con bajos índices de contaminación.
Esa sería la ciudad que queremos, dirán quienes estamos acostumbrados a andar a pie o desplazarnos en vehículos de pasajeros. Tal vez no piensen lo mismo algunos de los que tienen la fortuna de poseer un vehículo que no pudieron sacar y que, cuando lo hacen, se lamentan -con justa razón- del caos de la ciudad.
En cierto momento de la historia teníamos esa ciudad, tranquila y apacible; pero se nos vino el inevitable desarrollo urbano; solo que el nuestro es un desarrollo sin sentido, sumido en el caos urbanístico y de movilidad, que se olvidó del peatón y priorizó al vehículo. Tener vehículo no es malo, como sí lo es el no planificar la ciudad, su movilidad, ni estimular el uso del transporte público de pasajeros, con tarifas baratos, en forma permanente y cómodo. Una ciudad que ofrezca esas garantías al transporte público hace que disminuya la compra de vehículo particular y que los ciudadanos se abstengan de tomar rapimoto.
También las multinacionales de vehículos nos hicieron creer desde principios del siglo XX que toda familia debe tener un carro, para aumentar sus ventas, y acabaron con los proyectos del transporte masivo, como Ferrocarriles Nacionales. Nos dibujaron la ilusión de que el vehículo personal debe hacer parte de nuestro proyecto de vida. Hoy hay núcleos familiares con 2 y 3 carros en una ciudad que no responde a esas exigencias.
Y hoy nos volvimos a despertar con la ciudad envuelta en el caos.