Todavía requerimos de “propagandistas” de la paz como el inmolado paisano de Valparaíso.
Tarazá.-El libro de Eduardo Santa, -La vida de un gran colombiano- sobre el general Rafael Uribe Uribe, llenó en su momento un vacío histórico. Hacía falta un amplio estudio biográfico del insigne jefe liberal, autor de grandes oraciones parlamentarias. De él se dijo que todos los problemas de la época le cabían en su cabeza, especialmente los internacionales, los del cambio, la agricultura, la ganadería y con gran competencia, los del cultivo y exportación del café. El general Uribe Uribe, después de terminada la guerra, se dedicó a la vida civil. Fue, además, gran propagandista de la paz. Se ha pensado que, desde hace largos años, Colombia le debe un fabuloso homenaje. El monumento yacente del Parque Nacional, opinan muchos compatriotas, está bien para recordar el sacrificio del mártir, pero la figura de Uribe Uribe exige, de pies en la tribuna, una estatua.
“Dos hachazos, cuya responsabilidad se atribuyó a Leovigildo Galarza y a Jesús Carvajal, dejaron moribundo al general Rafael Uribe Uribe. El ataque ocurrió en un costado del Capitolio el 15 de octubre de 1914, cuando iba para el Senado.
A estas alturas de la vida, resulta “casi increíble” que el golpe mortal fuera fraguado desde los púlpitos y los cuarteles. Autores intelectuales fueron los generales Salomón Correal y Melesio Gómez, director y jefe de la División Central de la Policía, en su orden; los sacerdotes jesuitas Rufino Bereinstein, Marco A. Restrepo, Rafael Tenorio y Fernando Araújo, entre “las cabezas de una lista de más de 15 cómplices”. Los apátridas exclamaron al atacarlo: “Ud. es el que nos tiene fregados”.
Todavía requerimos de “propagandistas” de la paz como el inmolado paisano de Valparaíso y demás políticos o no, del quehacer patrio.