A la comunidad del corregimiento de Puerto Córdoba, ubicada a orillas del río San Jorge y de la Troncal que une a Cartagena con Medellín, le acaban de inaugurar un nuevo puente con acero traido de Ucrania. Es más grande, más amplio, más bonito y de monumentalidad innegable.
Obras como esta, enorgullecen al país y permiten progreso y desarrollo. Cada vez que se emprende una iniciativa de esta envergadura, las acciones van parejas al bienestar común. Si se presenta algún obstáculo, se buscan soluciones alternas con tal de que todos terminen satisfechos.
Esto no ocurrió en el pueblo de pescadores que nos ocupa. Pueblo humilde y elemental, pero conformado por colombianos como usted o nosotros. Un pueblo cuyos moradores madrugan para lanzar sus atarrayas y capturar el pescado que venden a los restaurantes, que a su vez ofrecen delicioso platos de pescado a los viajeros. La gente de Puerto Córdoba quedó aislada porque los viajeros pasan ahora de largo. Nadie escuchó sus clamores y hoy se enfrentan a la posibilidad de protestar, bloquear carreteras o invadir los costados de la variante del nuevo puente. Sus ventas se fueron al suelo y su futuro es incierto mientras los compromisos con acreedores mantienen acelerado sus corazones. Ellos nunca se opusieron a la obra, sólo clamaron por sus derechos y el sentido de equidad.
El presidente Santos prometió soluciones ¿en cuánto tiempo?
Mientras tanto en Puerto Córdoba se sentirán como aquel turpial que por cantar bonito, le dieron una jaula de oro, pero le quitaron su libertad.