Se aproximan las olimpiadas electorales y algunos ciudadanos desconociendo el significado de la palabra democracia, pero aprovechándose de ella, se lanzan al ruedo político como candidatos, asumiendo que la mayoría de los electores que también desconocen la magnitud del vocablo, votaron para ellos y por ello una salomónica conclusión: la desilusión.
La democracia es en síntesis la decisión del pueblo, pero debe ser clara y precisa porque la palabra candidato, viene de cándido, que obviamente define a una persona transparente de conciencia. Sin inmiscuirme en materia religiosa, la Biblia enseña que Saúl fue elegido por su parte o aptitud de gobernador, pero le faltaba espiritualidad y esa mediocridad hizo que David en breve lo reemplazara porque éste sí tenia eficiencia y excelencia.
Muchas veces el pueblo democráticamente se equivoca porque no diferencia entre mediocridad y excelencia. Elegir a un mediocre es caer en la corrupción y el desastre, es ver como un pueblo se desploma ante la ignorancia administrativa y la ambición del elegido. Bueno sería entonces, ahondar en la sagacidad del mediocre que solo piensa en su enriquecimiento ilícito personal.
La mediocridad ha de definirse como imperfección o vulgaridad y por lo tanto torpeza o tosquedad, mientras que la excelencia y eficiencia apuntan a la buena ley, a lo meritorio y al vigor.
Estamos acostumbrados en muchas regiones a escuchar del pueblo expresiones muy comunes y constantes como “candidato que no dé plata, no sirve”. Ese elemento de la población ya recibió el beneficio; que se conforme sin gozar de acueducto, alcantarillado, educación, cultura y otros componentes sociales.