Desde mucho antes de la primera mitad del siglo pasado el campesino comenzó a sentir lo rigores de una violencia que no era suya ni la había empezado. Fueron los primeros desplazamientos que golpearon la vocación agrícola de un país acostumbrado a producir comida y querer vivir en paz y sin sobresaltos. La población rural era numerosa comparada con la que habitaba en las ciudades que apenas comenzaban a sacudirse en pos del desarrollo.
La violencia engendró el Frente Nacional, una opción política injusta, inequitativa y discriminatoria pues no podían llegar al poder ni ocupar altos cargos personas distintas a liberales y conservadores. Esa desigualdad produjo el parto de la guerrilla. Y la plomera se acrecentó en el surco y el desplazamiento hacia la ciudad elevó las estadísticas de abandono y muerte. En la década del 80 afloró´el narcotráfico y posteriormente el paramilitarismo. Más leña al fuego, más desplazados y el colapso en las ciudades que no estaban preparadas para recibir tanta gente. El siglo XXI nos sorprendió con esta canasta de problemas en las manos y la posibilidad de enderezar la situación mediante un proceso de paz que Colombia reclama a gritos.
Colombia quiere volver al campo, respirar aire puro, producir comida, vivir en paz y devolver la canasta que nunca pedimos ni nos hacía falta…