En un vistazo al periódico local vemos que solo publica mentiras maquilladas del alcalde, para quien sus noticias, junto con el mismo periódico, al parecer, se han convertido en juguete preferido.
En un país como Colombia, en el que suceden cosas de tan alto calibre informativo, uno no puede excusarse para dejar de amargarse la vida.
Escuche los primeros minutos de un noticiero radial, vea y escuche los titulares de los noticieros de televisión, o párese en la chaza de la esquina y échele una hojeada a la primera página de un periódico para que escoja la noticia que menos le amargue la vida que, por lo general, es la que a usted menos le interesa.
Si vemos los primeros minutos de un noticieros de televisión solo encontraremos espacios reservados para la policía y la delincuencia; si leemos la primera página de un periódico de circulación nacional nos informará sobre la corrupción en la Corte Constitucional; entonces solo alcanzaremos a suspirar: “carajo, se pudrió la sal”. Y, si echamos un vistazo al periódico local nos daremos cuenta que solo publica las mentiras maquilladas del alcalde, para quien sus noticias, junto con el mismo periódico, al parecer, se han convertido en su juguete preferido.
Lea, escuche o vea las noticias internacionales de cualquier medio de comunicación y se encontrará con editoriales, artículos, videos, fotos y todo un salpicón de noticias descontextualizadas, ofensivas y ridículas contra Nicolás Maduro y a favor de la oposición venezolana. Y, si logra llegar al final de la emisión o de la edición, encontrará la entronización de la frivolidad y la banalidad.
De modo que, en un país donde los medios son tan complacientes con el poder, habrá siempre motivos para amargarse la vida. Por fortuna, como diría Gabo, el periodismo se parece al boxeo, solo que, en este oficio, no se está permitido tirar la toalla. Y yo agregaría: ni volverse sentimental.