La otra mesa

El proceso de paz ha llegado a un punto que muchos jamás se imaginaron.

Ante los evidentes adelantos de las negociaciones de La Habana, es cada vez más necesario que el gobierno nacional y la mayor cantidad posible de opositores al proceso construyan y desarrollen una agenda conjunta; una mesa sustantiva que trascienda y remplace los adjetivos vanos y los improperios.
No puede ser que un país que pueda lo más, como es terminar un conflicto armado de más de 50 años, no pueda lo menos, como es acabar un conflicto netamente político de apenas cinco años. Me niego a creer semejante insensatez; me niego a creer que entre dos sectores legales e institucionales -Gobierno y oposición- pueda haber más diferencias que entre un sector legal y otro ilegal. Por ejemplo, eso de que el Gobierno está plegado o aliado a las Farc es una afirmación efectista para tratar de reducir la contradicción a dos partes: Gobierno-Farc versus oposición. De ser así, también suspicazmente podría decirse que la oposición y las Farc son aliados, pues las decenas de trabas que el grupo insurgente ha puesto al proceso darían para pensar que no lo quieren, y aunque varias de esas trabas han sido graves (como los 11 soldados asesinados en el Cauca), se han ido sorteando hasta llegar al punto actual de no retorno para el bien de la paz.
No ha ocurrido lo mismo con la oposición, aunque debemos reconocer que ha cedido en algunos puntos.
Es innegable que varios de los temas que se tratan en La Habana despiertan divergencias porque son profundos. Sin embargo, el tono y el contexto de la gran mayoría de las discusiones dejan ver que su combustible es la política electoral y los odios personales.
Los primeros llamados a tener mucha mesura e inteligencia son el Gobierno y los congresistas afines. Mientras más se avance, más cuidado deben tener: no armar camorras politiqueras, no mezclar temas, no caer en revanchismos o en el “¿vieron que sí?”.
No nos engañemos: hay partidarios de las negociaciones a quienes estas solo les interesan por oportunismo u odios personales.
Nicanor Restrepo decía que la paz es de una fragilidad extrema. Por eso hay que buscarla, negociarla, tratarla y conservarla con guantes de seda.
El proceso de paz ha llegado a un punto que muchos jamás se imaginaron, pero es hora de entender que de ese proceso -en espacios diferentes- también deben hacer parte los colombianos que a él se oponen ya sea radicalmente o con glosas más o menos profundas. Aunque suene iluso, es hora de abrir una mesa de diálogos entre gobierno y opositores al proceso con las características específicas que amerite el caso, porque de ningún modo se trata de igualar a estos con las Farc, ni más faltaba siquiera pensarlo. Insisto: me niego a creer que eso sea más difícil que el montaje de la mesa de La Habana. Un facilitador internacional de gran peso sería una ayuda clave para este momento clave.

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