Este país, de narcotraficantes y corruptos, de paramilitares y guerrilleros, de embrollos y trapisondas es asi porque tiene miedo a cambiar.
Colombia es el país de los sobresaltos y contraste exagerados. El gobierno actual no nos consultó para vender a Isagen, pero nos convoca para que ahorremos energía y evitar un apagón. En el país más biodiverso del mundo los niños se mueren de física hambre y los productos nacionales no tienen salida. A un ex alcalde de Montería, incapaz de solucionar el problema de agua potable y alcantarillado en los barrios pobres, lo nombran viceministro de Agua y Saneamiento Básico. A Uber, una multinacional de servicio de taxis, que entró al país cual ladrón en casa ajena, el Gobierno le brinda todo el apoyo que le niega a los taxistas colombianos para que tengan derecho a una contratación digna y consecutivamente le brinden un trato decente a los usuarios. Decimos que la solución a los problemas del país es la educación; la clase dirigente colombiana estudia y cursa maestrías y doctorados en las mejores universidades del mundo y de Colombia; sin embargo, esa clase poderosa figura entre las más corruptas del planeta. En tanto, un presidente, de cuyo nombre no quiero acordarme, dice que fue traicionado por el actual, cuando antes había traicionado a quienes lo llevaron a la presidencia. En fin, me temo que todos estos contrastes son síntomas de un mal mayor que nos aqueja, y es que este país, de narcotraficantes y corruptos, de paramilitares y guerrilleros, de embrollos y trapisondas, que le rinde culto a los presidentes y a sus hijos, que vive sumido en la banalidad de medios de comunicación como Caracol y RCN, es así porque tiene miedo a cambiar.