Nos enseñaron en el colegio, cuando aún existía la materia «Raíces Griegas y Latinas», que democracia significa el poder del pueblo (demos: pueblo y kratos: poder).
Los que saben de estos asuntos sostienen que la democracia no es más que el sistema político en el que el pueblo elige libremente a quienes lo gobiernan.
Cuando se habla de pueblo, se habla de una colectividad tan grande como la de todo un país. Y cuando se habla de elegir, se supone que todos participan en la elección. Todos significa el 100 por ciento. Y los elegidos deben sentirse orgullosos de representar a sus electores.
En Colombia no ocurre así. Lo demuestran las estadísticas de cada cuatro años para elegir presidentes y parlamentarios. Un lánguido porcentaje es el que elige y los que ganan sacan pecho por «llevar orgullosos la representación del pueblo».
Ni siquiera el reciente plebiscito se salvó de esta mala costumbre que corrobora que no somos más que una democracia de papel.
Estaban en capacidad de votar, 34 millones 899 mil 945 colombianos. Este era el 100 por ciento de los electores.
Pero sólo votó el 37 por ciento. Es decir, ni siquiera la mitad. O sea que se abstuvo de votar el 63 por ciento. Y de aquellos -del 37%- sólo se contabilizaron 12 millones 792 mil 453 votos válidos, porque fueron anulados más de 86 mil que estaban sin marcar y otros 170 mil por diferentes causas.
Para colmo de males, de los 12 millones y pico de votos válidos le tocó la mitad a cada una con una ligera diferencia que determinó la victoria pírrica de una de las dos opciones. Los ganadores salieron a decir que «el pueblo había decidido», «la democracia se había impuesto», «acatamos los resultados» y bla, bla. Extrañamente, hay una inmensa oleada hoy abogando por la continuación del Acuerdo de Paz: desfiles masivos de estudiantes de secundaria y universitarios; marchas de indígenas y afrodescendientes hacia Bogotá; «toma» pacífica de la Plaza de Bolívar, presencia de las víctimas, etc.
-¿Qué podrá pasar en este Macondo infinito?
-¿Dónde está su poder?
