Hay una tesis que ronda en estos tiempos en busca de mejores horizontes para nuestro país: Colombia tiene que darle una mano al campo y pasar de ser importador de alimentos a productor y exportador de los mismos, en grande. Para ello Colombia cuenta con inmensas extensiones de tierra fértil que esperan a que una mano bendita ratifique su gran utilidad en favor de todos.
Y lo que es más importante: no contentarse con ser extractivos. Es decir con sacar el oro, el níquel, el carbón, el petróleo y todas las riquezas que guardan las entrañas del territorio nacional. Todo ello debe constituirse en reservas para tiempos malos. Pero actualmente no tenemos por qué vivir exhaustivamente de la extracción de esas riquezas en manos de compañías extranjeras muchas de las cuales merecen todo nuestro respeto, sino que en el momento indicado seamos los propios colombianos quienes tengamos la sartén por el mango para su explotación.
Poner a producir el campo es generar trabajo y riqueza por doquier. Es contribuir a darle un tatequieto a la migración hacia las ciudades que siempre se quedan cortas para atender debidamente a unos visitantes inesperados que llegan en masa por diferentes razones.
Los abuelos guardaban anundados en sus pañuelos, unas monedas, un billete, que servían para atender urgencias. En eso debemos convertir nuestros recursos no renovables. En urgencias potenciales y dejarlos quietos donde están. Por el momento metámonos en la cabeza que es mil veces mejor producir que extraer.