Laureano Gómez, el político colombiano odiado y amado por muchos, tenía 29 años cuando escribió esta carta desde Bogotá a su amigo José Arturo Andrade que se encontraba fuera del país. Eran los tiempos en que finalizaba la Primera Guerra Mundial en la que fue humillada la arrogante Alemania. En su misiva se descubre en Gómez su faceta de escritor y periodista, al narrar la situación de Colombia en 1918, cuando se produjo una grave epidemia de influenza que mató centenares de personas de alta prestancia social e intelectual. Laureano Gómez, quien fue presidente a mediados del siglo 20 narra con exquisita fluidez y de manera casi coloquial la situación imperante en Colombia en momentos en que una epidemia de gripe le quitaba la vida a las personas en las calles, en los parques, en sus casas. Igualmente le cuenta a su amigo la negativa de Estados Unidos de comprar café ese año, el prolongado verano sufrido y la carestía de productos de primera necesidad como la leche, limones o medicamentos que se conseguirían en tiendas y farmacias. La carta de Laureano dice así: Mis dos últimas cartas las he dirigido directamente al Archipiélago, directamente porque Miguel Aguilera me aseguró que así iban más directamente y también más seguras. Que con el intermedio del Surco corrían riesgo de que a él se le olvidaran; pero como no he vuelto a tener noticias tuyas, temo que el camino no haya resultado muy seguro y que ya estés inculpándome incumplimiento. Hoy vuelvo a usar el antiguo camino. Aquí hay de nuevo una epidemia de grippa que tiene alarmada la ciudad. Por lo pronto tiene paralizada la vida; las oficinas están casi todas cerradas; los colegios lo mismo; se han suspendido los exámenes hasta en las facultades; se han ordenado cerrar teatros y cines y por las calles no se encuentra un alma de noche. Al principio fue cosa de risa: todo el mundo estornudando. Pero luego empezó una forma que llaman cerebral y empezó a morir gente de repente en la calle, especialmente entre los obreros. El pánico ha ido creciendo. Los entierros pasan continuamente. El problema se ha agravado porque los sepultureros unos están enfermos, otros se han muerto en el oficio, no se consigue quien quiera hacerse cargo de él y según dicen, hay momentos en que más de cien cadáveres esperan, regados en los corredores de las bóvedas que los pongan bajo la tierra. Por de contado nadie quiere ir al Cementerio y los entierros, aún los de personas notables, van sin acompañantes. Entre las personas conocidas han muerto, el senador Antonio Regino Blanco y su esposa, con unas pocas horas de intervalo, el senador Manuel José Soto, antioqueño, el Dr. Fernando Cortés Monroy, Gonzalo Santamaría, Ricardo Vinagre Acevedo, la señora de D. Modesto Cabal, una muchacha Pradilla, muy bonita, que estaba dando golpe y se iba a casar, un sobrino de Chepe Guzmán, hijo de Ezequiel; el Pote Camacho, el hijo de Nemesio, que era muy buen estudiante de medicina; y mucha gente pobre que cae fulminada en las calles. Por lo que dicen los periódicos, la epidemia es universal, aunque en el resto del país no se conoce. Pero en los EE.UU. han muerto de ella., Gabriel Suarez O, el hijo de D. Marco, Luis Alejandro Caro y un hijo de Manuel E. Puyama. Ya ves que cada año tenemos la visita de alguna calamidad pública. La de este año ha causado ya mas víctimas que los temblores. Las autoridades han dejado mucho que desear. Bien es verdad que con la mula de Santiago Castro de alcalde poco hay que esperar. Se ha formado un comité de socorro que preside el Dr. Dávila F, formado por Julio Portocarrero, y gente por el estilo; por eso podrás calcular estupidez del alcalde. Julio Portocarrero se dedicará a socorrer a los horizontales, que como duermen siempre bien abrigados, son los que menos necesitan auxilio. Por supuesto que hay escenas curiosas. Los peluqueros hace quince días están en la lata, porque nadie se manda a afeitar ni recortar el pelo por miedo a la bronconeumonía. Afortunadamente en las proximidades del grupo no ha habido hasta ahora ninguna desgracia. Al decir esto, mejor al escribirlo, toco madera para alejar el presagio. Como comprendes lo que ocurre trae un apagamiento en las demás cosas, política inclusive. En materia de negocios la situación empeora. La prohibición de exportar café que acaban de hacer los EE.UU. ha traído la alarma más inconcebible. Hay hacendados que salen por las calles hechos unas furias, pidiendo que entremos en la guerra, que nos anexionemos a los yanquis, cualquier cosa, pero que les compren su café. Por su parte, el larguísimo verano arruinó las cementeras, atrasó los ganados y los orejones de la Sabana están también inconsolables. La grippa vino a determinar la carestía del mercado, lo que ha motivado conatos de bochinche. Un limón vale diez pesos. Una naranja cinco. Una botella de leche, doce. Una libra de carne, veinticinco. Una pastilla de eucaliptol, tres pesos. Et sic de ceteris. ¿Y qué opinas de la guerra? Sin duda contagiamos de nuestra jettatura a los alemanes. Ya ni los más optimistas ponen en duda que la guerra está perdida y en las peores condiciones; el aceptar en principio la devolución de Alsacia-Lorena indica cuanto ha tenido que doblegarse el orgullo alemán. Si al menos la paz nos trajera bienestar por otros caminos… Pero aun eso dudo. Como la guerra no nos perjudico en exceso, tampoco la paz se preocupará de beneficiarnos. De ayer a hoy han muerto de la peste Santiago Pongo Arboleda y Dña. María Brigard de Putnam. Hace tres días había muerto Ana Brigard de Uribe, esposa de D. Carlos Uribe. Ya ves que la crónica es nutrida, aunque nada alegre. La novedad mas cercana al grupo le ocurrió al viejo León que se le murió una sirvienta en la casa. Amaneció rígida en el comedor con una panela en la mano. Cuéntame detalles de tu vida insular. Y dime si ya te vas acostumbrando al trato de los adventistas. Aquí han aparecido varios artículos, entre otros uno de Salvador Iglesias, en los que propugnan por la conveniencia de vender el Archipiélago a los americanos antes de que nos lo quiten. Yo creo que en cuanto lo necesiten no se ponen en el trabajo de comprarlo, sino que lo toman. Escríbeme y recibe el abrazo estrecho de tu fiel amigo. Laureano.