Por estos días, el Presidente de la República, Iván Duque, hace uso de todos los canales que tiene a su disposición, para explicarnos a los colombianos los motivos que lo llevaron a tomar la decisión de reactivar los sectores de la construcción y el manufacturero, dos importantes renglones de la economía, que emplean cerca de cuatro millones de personas. La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, por su parte, hace lo mismo para exponer sus puntos de vista, sobre la medida adoptada por el mandatario de los colombianos. Muestra su desacuerdo con la reactivación de los dos sectores simultáneamente, por considerarla inconveniente en los actuales momentos, en los que el Covid-19 sigue esparciéndose por todo el territorio nacional, y pide otros tiempos, otros plazos, para dar este paso. Una discusión, que en algunos días podría resultar estéril, sin sentido e inoficiosa. Ya pasamos el primer mes de cuarentena, los ahorros, sí los había, ya comienzan a escasear; las neveras y las despensas, como el vaso, ya se ven medio llenas o medio vacías; se acumulan las facturas y los recibos de servicios públicos, con sus exagerados incrementos de cuarentena, siguen llegando religiosamente. Una compleja situación, que se hace aún más crítica por cuenta de un ejército de cobradores, quienes en representación de bancos, empresas de telefonía celular, compañías de televisión por cable o del servicio de internet, no paran de llamar, de enviar mensajes y correos, para recordar la mora y amenazar con la suspensión de los servicios. Encierro obligatorio, provisiones a la baja y deudas en incremento, sólo traerán a los hogares colombianos ansiedad, preocupación e incertidumbre. Tres puntas de un tridente, que inexorablemente empujará a los colombianos a las calles, al rebusque, al día a día. Necesidades que probablemente comenzarán a ser satisfechas prontamente. A las puertas de las grandes obras o de las empresas manufactureras, grandes, medianas y pequeñas, llegarán los improvisados restaurantes callejeros, ofreciendo el popular corrientazo, la fritanga o la pelanga. Con ellos, abrirán sus puertas nuevamente las casetas metálicas, con frescas y recién preparadas empanadas de pollo, de carne o mixtas o la reconocida, arepa de huevo. Y, por supuesto, no faltará la “seño” de los tintos, el agua aromática, la avena, el milo o el chocolate. Es decir, sectores formales jalonando a los informales, beneficiando en conjunto a familias, en su gran mayoría, de estratos 1, 2 y 3, las únicas que hoy tienen derecho a las ayudas del Estado. Beneficios que no pararán ahí, pues se extenderán a la parte alta de la pirámide, donde están ubicados los estratos 5 y 6. Allí, donde encontramos a los propietarios de las constructoras y manufactureras, que verán como paulatinamente, regresarán a la normalidad. Sus empresas, sentirán el alivio de la reapertura económica. Un proceso, en el que el gran sacrificado es el estrato 4, el estrato sándwich, el del medio, el de las familias que ni son pobres ni son ricas. Ese que aglutina a la gran masa de empleados, quienes hoy tienen que sacrificar un alto porcentaje de su sueldo; también el de los trabajadores independientes, quienes por culpa del aislamiento preventivo, ya cumplen un mes sin producir. Un vasto sector de la población colombiana, que con el pasar de los días, y para poder subsistir en esta época de pandemia, tendrá la necesidad de regresar a las calles, aun arriesgando sus vidas.