Montería.- Después de haber superado numerosos obstáculos y contratiempos viajando por el mar, por numerosos ríos, por peligrosas trochas, de extraviarnos en pleno corazón de la Serranía del Darién, límites de Colombia y Panamá y de soportar en improvisadas viviendas alacranes, murciélagos y cucarachas de concha, Hernando Vásquez me dijo: “Después de todo esto ya me puedo morir de lo que sea”. Serio y de poco hablar, era padre de 5 hijos. Hoy por hoy todos profesionales. Como redactor del Colombiano acordaba con Darío Arizmendi Posada, a la sazón jefe de redacción de dicho matutino los diferentes viajes al departamento más maravilloso y exótico de Colombia y al mismo tiempo el más olvidado al que todos los gobernantes de turno terminaban considerándolo como la cenicienta del paseo. Ese tapete verde lleno de recursos inexplotados nos ayudó a entender más el país y a conocer en carne propia el total olvido y abandono en que siempre ha estado sumido. Porque, dicho de otra manera, este departamento moreno de Colombia se constituye en un gran potencial hidrográfica por la infinita cantidad de ríos, grandes y pequeños, que recorren su piel: El Atrato, el Truandó, el Cacarica, el Cértegui, el Murindó, el Popogadó, el San Juan, el Baudó, el Condoto y el Quito entre muchos otros. De la misma manera tiene importantes ciénagas, zonas aptas para la ganadería en el norte como Gilgal, Santa Maria, Unguia y Acandí. Desde la primera salida, Hervásquez demostró sensibilidad y enjundia. No le sacaba el cuerpo a nada, pero no se salvó de un cimbronazo cerca de Acandé cuando una ola golpeó a babor la embarcación en que íbamos en el mar ni de un fuerte temblor sentido en Unguia; o cuando nos extraviamos en lo más profundo de la reserva indígena de Arquía, se cayó del caballo en busca de un sitio llamado el Muro alrededor del cual se tejieron numerosas historias y leyendas. En esa ocasión Hervásquez, silencioso y circunspecto, sufrió laceraciones en el brazo izquierdo. El caballo facilitado por amigos del Inderena desde Unguia no sufrió lesión alguna. El Muro se encuentra en un empinado cerro en pleno corazón de la Serranía del Darién y hoy por hoy se lo debe haber tragado la manigua y se hace más difícil encontrarlo. En otras ocasiones anduvimos a pie, en bote y por carretera cubriendo el trayecto Quibdó-Istmina pero los accidentes siguieron apareciendo como la vez que se nos volteó el bote en la ruta hacia Sautatá. En este lugar, ingenieros cubanos construyeron un ingenio azucarero e incluso existió un trayecto ferroviario. La selva con el paso del tiempo también devoró ese lugar. En otro momento llegamos a Istmina, tomamos una embarcación por el rio San Juan que estaba super inundado, compramos provisiones en el comisariato que la Chocó Pacífico tenía en Andagoya, pernoctamos en una casa vieja hecha de tablas y donde por la noche recibimos una verdadera serenata de terror auspiciado por arañas enormes, murciélagos, cucarachas, ranas y mosquitos. La casa no solamente era nuestro refugio sino también de todos estos bichos que el rio había sacado de sus habitats. Como si fuera poco una copiosa lluvia fue nuestra compañera en toda la noche. Nunca habíamos agradecido tanto a Dios como cuando llego el amanecer en este sitio conocido con el nombre de Charambirá. Los recuerdos de las jornadas periodísticas cumplidas con Hervásquez afloran nítidas al conocer la triste noticia de su muerte como el haber sido testigo de la muerte por paludismo y desnutrición de un bebe Emberá a pocos kilómetros de una pequeña escuela regentada por la comunidad de la Madre Laura, cerca de Noanamá. Presenciamos el ritual del entierro del pequeño, el llanto de la madre, el gemido colectivo de las indias de la comunidad. Y todo esto en otro costado de la selva chocoana y con un ejército de mosquitos que nos sacaron sangre cuya contra fue tomar sorbos de aguardiente Platino durante este trayecto para evitar que el paludismo diera cuenta de nosotros. Salimos por la desembocadura Orocana, como le llaman los nativos a este sitio del rio San Juan en el océano Pacifico rumbo a Buenaventura. Hervásquez laboró durante casi 30 años en el Colombiano, era oriundo de Campamento, al norte de Antioquia. Yo escasamente estuve cerca de 5 años en el periódico que dirigía Juan Zuleta Ferrer y administraban Jorge Hernández y Juan Gómez Martínez. Estuvo cubriendo Vueltas a Colombia, al Táchira, Juegos Centroamericanos y Panamericanos, campeonato del mundo de USA 94 y muchos años atrás la vuelta ciclística en México, donde el colombiano Álvaro Pachón fue el campeón y todos recordamos la colisión del crédito bogotano con otros ciclistas y reporteros gráficos al llegar a la meta. Hervásquez fue uno de los damnificados al sufrir varias heridas superadas luego, pero tuvo aliento para incorporarse rápidamente y captar en su cámara el barullo que se formó allí. Esa foto le mereció años después un premio Simon Bolivar. Hernando nos acompaño a otro trabajo periodístico en la Costa Caribe que incluyó Santa Marta, Punta de Betín, Bahía Concha, el parque Tairona, la isla de Salamanca y la Ciénaga Grande de Santa Marta. Durante ese recorrido de una semana también hubo novedades y emergencias superadas.
Nuestro viejo amigo falleció el 27 de abril pasado. A fines del 2019, la asociación de periodistas de envigado le hizo un reconocimiento a su prolífica labor gráfica y periodística.