Tiempos de pandemia

Ligera semblanza de un jefe de familia que a puro pulso levantó a sus hijos en medio de tantas estrecheces y limitaciones en Montería. Esta ciudad a junio 25 registraba 264 contagiados y 11 fallecidos.

Montería.- Un personaje de estrato bajo, reflexivo, crítico y evocador encontró el periodista Domingo Cogollo Narváez durante un breve recorrido por la capital cordobesa. Sin querer queriendo, Casimiro Pérez, de 69 años, detalló numerosos momentos que vive esta ciudad con motivo de la vigencia del odioso coronavirus, especialmente en lo que atañe a la actividad médica y sanitaria.

El 25 de marzo pasado cuando comenzó la cuarentena, a raíz del Covid-19, Casimiro Pérez, y su familia de nueve personas, había consumido solo el desayuno. Ese día no hubo plata para el almuerzo y mucho menos para la cena. El hombre de 69 años, enemigo de que le tomen fotos, estaba sentado en un taburete en la terraza de la casa, tomando un poco de aire. En ese momento miró a María, su esposa, y con cara de tristeza exclamó: “ahora sí se jodió esta vaina”. Se expresó de esa manera porque habían decretado toque de queda, en horas de la noche, para evitar que las gentes estuvieran demasiado tiempo por fuera de la casa, además, había otras restricciones para no salir a la calle. Con el confinamiento, se buscaba controlar el contagio con el virus que se originó en Wuhan, China, el 17 de noviembre de 2019.
La familia había desayunado solo un pedazo de plátano con un huevo revuelto y completaron con una taza de café. A dos niños, nietos de Casimiro, antes de dormir, les dieron una galletica con un poquito de agua de panela. Ellos usan este dulce, por ser uno de los productos más baratos que se consiguen en el mercado, a pesar de que, según profesionales de la salud, la panela no nutre, sino que desnutre. Ya se fueron aquellos tiempos cuando era mucho más alimenticia la comida en cualquier mesa cordobesa. El río Sinú producía todavía mucho pescado, especialmente su producto bandera, el bocachico. Se iba al río, se tiraba la atarraya y se sacaba lo suficiente para llevar a la mesa y completar con un bollo limpio, con una arepa o con un pedazo de pan. Como si fuera poco también existía la subienda los fines y comienzos de año en que se desbordaba la producción de pescado y entonces alcanzaba para vender y lograr unos pesos adicionales con que comprar sal, azúcar, café, ajo o pimienta. La sobrepesca, la contaminación, la erosión y la deforestación, entre otros males, contribuyeron al agotamiento del recurso que al final recibió otro tatequieto: Urrá.
Casimiro es un desplazado por la violencia del sur de Córdoba. Él, con muchos esfuerzos había comprado una mejora de vivienda en el barrio La Granja de Montería, cuando llegó a esta ciudad hace unos 30 años. En esa época, en el sur de Córdoba, había presencia de grupos guerrilleros y paramilitares. A veces se presentaban confrontaciones con el Ejército. Este campesino, cuando puede, se rebusca haciendo oficios varios, pero es muy poco, lo que alcanza a ganar. “Yo lo que hago son marañitas, cositas muy sencillas para las que me buscan en las viviendas, pero no me reportan mayores ganancias”, explica Casimiro y a la vez agrega: “en mi casa solo trabajan mis dos hijos, un hombre y una mujer, los cuales están casados y tienen dos hijos cada uno. Ellos tienen sus propias obligaciones y apenas se ganan el mínimo”.
Pero si por los lados de la alimentación llueve, con la llegada del coronavirus no escampa. Ahora con la pandemia la situación de la familia de Casimiro Pérez, ha sido peor, como ocurre con la mayoría de las gentes de este departamento que conecta a Antioquia con la región Caribe. “Si no hay plata para los alimentos –dice- menos hay para comprar tapabocas, alcohol o antibacterial para evitar, que no lo permita Dios, nos dé el virus”. En Córdoba, el 70 u 80 por ciento de la población pertenece a los estratos uno, dos y tres, según estadísticas.
“El otro día –enfatiza- escuché por la radio que la Alcaldía de Montería estaba repartiendo unos mercados por motivos de la pandemia. Yo le dije a mi mujer que había que estar pendiente para ver si nos regalaban un paquete. Pero pasaron los días y los mercados nunca llegaron. No sabemos que se hicieron. Nos dejaron esperando, como a las novias de Barranca”. Y es que esta familia, como muchas del departamento, vive expuesta a contagiarse en cualquier momento, ya que no cuenta con ninguna clase de protección. Además, existe algo peor, don Casimiro tiene dos nietos adolescentes, los cuales cuentan con varios amigos, compañeros de estudio, que a veces llegan a reunirse en su vivienda. Eso también, se convierte en un grave peligro para los habitantes del hogar, ya que los jóvenes pueden llevar el virus a la casa. Lo que sucede es que en la Perla del Sinú no existen abundantes sitios de recreo y entretenimiento, especialmente para las familias. Aquí faltan, por ejemplo, un museo, una verdadera escuela de bellas artes, un planetario, un parque recreativo permanente, un jardín botánico y más parques. Porque instalaciones deportivas las hay de manera significativa, pero quienes manejan la política deportiva, encargados de promover la actividad atlética no tienen idea de lo que es la promoción del deporte a la juventud partiendo desde luego de una edad temprana. Casimiro se rasca la cabeza y se lamenta que en los tiempos en que él nació, o estaba pequeño, había mucho respeto por las personas. “Pero hoy en día en estos barrios populares de Montería, los jóvenes no obedecen a los papás y mucho menos a los abuelos. Quieren hacer lo que les da la gana en las viviendas donde residen. ‘Este mundo está roto, como dice el adagio popular”, puntualiza. Enfatiza casi con rabia que, en uno de estos domingos, había un escándalo en el vecindario con un equipo de sonido. Me asomé y me di cuenta que en una casa del sector había una fiesta donde estaban como 20 jóvenes, en un segundo piso bailando e ingiriendo licor sin guardar distanciamiento. Como estaba prohibido, enseguida llamé a la Policía para que vinieran a poner orden en ese lugar. Pero los uniformados nunca llegaron. Me comentaba después un agente, que ellos, algunas veces atienden los llamados, pero cuando hay peleas. De lo contrario no asoman la cara”. Dicen que mal de muchos, consuelo de tontos porque en otros lugares del mundo la situación es peor dependiendo de la clase de gobierno y de la clase de mandatario que vaya a bordo. En Brasil por ejemplo, la epidemia la están denominando “exterminio” porque un exmilitar que gobierna a ese hermoso país de la samba y del fútbol exquisito, la gente, especialmente de estratos bajos, se está muriendo por pura y física desatención hasta el punto que Brasil superó en muertos a cualquier país de Europa o de Asia. La historia le cobrará a Jair Bolsonaro este genocidio llevado a cabo sin balas ni mayores atropellos. Pero Nueva York, la capital del mundo no se queda atrás. Allá peor que en un corral de ganado invadido por la aftosa, la gente está muriendo al por mayor ante el asombro e incredulidad del mundo. Otro loco llamado Donald Trump, quien en la mañana dice una cosa, al mediodía otra y por la tarde lo que se le ocurra, mantiene en vilo la vida de norteamericanos valiosos y que nunca imaginaron que la grandeza de un país pudiera ser atropellada tan vilmente. Nueva York, la capital de las luces, llora en silencio su desgracia y encabeza la deshonra del primer lugar de muertos por el letal virus. Con este problema del nuevo Coronavirus, Casimiro y su familia, están bastante confundidos como la mayoría de la población. Algunos especialistas aseguran que, todo el mundo se va a contagiar, otros que la cuarentena no sirve para nada, o que el problema no es el virus, sino la falta de pruebas y que la vacuna estará lista en septiembre, mientras que otros aseveran que en el primer trimestre del próximo año. A pesar de la falta de una buena alimentación y de los cuidados que tiene la familia con él, Casimiro es un hombre que le gusta mantenerse en forma. Por eso, casi siempre al amanecer, sale a caminar por las calles de Montería, pensando que a la vuelta de la tarde y la noche le irá mejor. En sus recorridos, le gusta pasar por la Avenida Primera o Ronda del Sinú, de la que dice es un pulmón natural, donde se puede respirar aire puro en forma muy tranquila. “Es una delicia caminar por ahí. Ese sector es un paraíso”, asegura. Pero también crítica la falta de la extensión de este parque lineal hacía el sur, donde podrían hacer ejercicios los habitantes de ese sector, que es el más poblado de la ciudad.
“Recuerdo que el alcalde Marcos Daniel Pineda García, en la primera administración, prometió construir la Ronda Sur. Pasaron los cuatro años y no lo hizo. Luego, Carlos Eduardo Correa, dijo lo mismo, pero tampoco cumplió. Vino el último mandato de Pineda García y volvió a prometer la obra, pero dejó a los sureños, con los crespos hechos”, recalcó.
Lamentó que en los barrios del sur no existan dirigentes cívicos o comunales comprometidos con sus comunidades, que gestionen o hagan diligencias ante las autoridades municipales para solucionar las principales necesidades. Hasta llegó a pensar que los pocos, mal llamados ‘líderes’, se arrodillan ante los alcaldes de turno, para conseguir prebendas personales.
A Casimiro se le vino a la mente que poco tiempo después de haber llegado a Montería, algunos amigos le contaron que en años recientes habían existido dirigentes en las Juntas de Acción Comunal y movimientos cívicos, los cuales diligenciaban ante las autoridades cualquier necesidad que tuviera la comunidad, pero hoy en día todo ese civismo ha desaparecido. En sus andanzas por la ciudad un día, que había llovido fuerte, pasó por el Mercado del Sur, donde aprovechó para comprar algunos productos de pancoger. Se sorprendió cuando vio que los artículos de vituallas aboyaban en las aguas negras de las alcantarillas. Ese día percibió con sus propios ojos que el sector estaba convertido en una pocilga. “Eso –dijo- debe darle pena a cualquier mandatario local”. “El Mercado del Sur es un lugar antihigiénico, desaseado y descuidado por las autoridades de turno”, precisa. Y como si fuera poco, en esta época de la pandemia, no existen los llamados protocolos de bioseguridad. Mucha gente anda y se moviliza por el sector sin tapabocas, como ‘Pedro por su casa’. Además, no guardan la distancia debida”. Ese centro de abastos es el lugar donde gran cantidad de los cien mil habitantes de estos sectores, llegan a comprar los productos de la canasta familiar a precios asequibles. Aunque a veces no falta el vivo que aproveche para especular con las ventas. El desplazado manifestó que, si bien es cierto que la Administración anterior hizo una buena obra, como la Circunvalar del Sur; faltó otra no menos importante como es la remodelación del Mercado del Sur. Los alcaldes de las últimas tres administraciones prometieron en sus campañas la reconstrucción del lugar, pero le incumplieron como siempre a la comunidad de estos sectores. A ese centro de abastos, llegan productos comestibles de diferentes partes del departamento de Córdoba, como plátano, yuca, ñame, maíz, queso, mantequilla, patilla, aguacate, entre otros. También es el centro de acopio de granos, verduras, tubérculos y toda clase de abarrotes, algunos de los cuales, proceden del interior del país y los santanderes.
“Ahora esperamos que el alcalde Carlos Ordosgoitia Sanín, ‘le meta el diente’ a este proyecto, y otros del sur como la extensión de la Ronda hacía este lugar, puesto que también lo prometió en su campaña proselitista”, reiteró. Ojalá el nuevo mandatario no le vaya a fallar a la gente”, puntualizó. A pesar de que en el Mercado del Sur se consiguen artículos a bajos precios, se ha vuelto una costumbre que Casimiro Pérez y su familia se acuesten sin comer y estén pasando física hambre. Pero esto es más notable ahora como consecuencia de la cuarentena que se da por la pandemia del Covid-19, como quien dice ‘tras de gordo, hinchao’.

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