Con los dedos de una mano se cuentan los alcaldes que han hecho respetar la sentencia T-194 de 1999 de la Corte Constitucional al ordenar la restitucion de lugares ocupados pertenecientes al complejo lagunar de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú. Hoy por hoy es una bandera de los ambientalistas.
Durante los últimos seis lustros el departamento de Córdoba, un territorio de casi 2 millones de habitantes, con 30 municipios, casi 24 mil kilómetros cuadrados, una extensión mayor que la de Estados como Israel, Corea del Sur, Kuwait, Mónaco, Catar, Jamaica, Líbano y otros más, ha venido perdiendo su esencia de pueblo anfibio estrechamente vinculado al agua, a los ríos, a las ciénagas, a los pequeños charcos que convierten en oasis porciones de esta tierra bendita y calentana que desde hace cerca de 6 mil años poblaron los zenúes cuyos dominios se extendían hasta Chocó, Antioquia, Bolívar, Córdoba y porciones de los cuales aún sobreviven en pocos lugares mientras los restantes han sido absorbidos por la civilización. Entre tantos espejos de agua los 3 mas grandes de ellos: La Ciénaga Grande del Bajo Sinú, La Ciénaga de Betancí y la gran Ciénaga de Ayapel, se constituyeron en el gran símbolo de sus humedales. Porque otras de notable tamaño e importancia fueron perdiendo desde mucho tiempo atrás sus espacios como Martinica o ciénaga Redonda, Corralito en Cereté, La Pacha en San Pelayo, la Bañó y Los Negros en Cotocá, Charco Pescado en Lorica y la ciénaga de Yamba a causa de la desecación sistemática a que fueron sometidos por ganaderos y agricultores al pretender hurtarle espacio a la naturaleza para agrandar sus dominios y darle la bienvenida al alambre de púas. Tras el paso de mas de 30 años durante los cuales tales procedimientos tocaron a las 3 ciénagas mencionadas al principio, Córdoba no ha hecho otra cosa que sollozar en silencio ante el inconsolable dolor vigente. Y aunque ha habido sectores que salieron en su defensa, que recalcaron sobre la importancia de su conservación, ningún poder humano ha podido parar este llanto. El dolor se hace mas evidente a medida que le echamos una ojeada a esos años transcurridos. Es indudablemente, el objetivo de este trabajo periodístico. Pero antes repasando otras páginas, hallamos otras razones para que esta tierra bendita se sacuda dolorosamente con la remembranza de glorias alcanzadas que hoy ya no son. Esta tierra donde nacieron Alejo Duran y el compae goyo, donde Pablito Flórez dignificó “los sabores del porro”, y con el sombrero vueltiao enriqueciéndose nuestro folclor, fue un departamento que ocupó el primer lugar nacional en la producción de sorgo, de maíz, de algodón y de ganado bovino. Había mucho trabajo y a la indiscutible vocación campesina de nuestros hombres se añadía la producción respetable de marañón, mango, níspero, caimito, yuca, ñame y plátano. Esa primacía se perdió en el turbión de diversos acontecimientos, de promesas incumplidas, de olvido estatal y descomposición moral. Pero volvamos a nuestros espejos de agua. La Ciénaga Grande del Bajo Sinú tenia una extensión superior a las 90 mil hectáreas. Luego se redujeron a 40 mil y hoy por hoy se estima que no supera los 25 mil hectáreas. El crecimiento agrícola, la contaminación de sus aguas, la desecación sistemática, la sobre explotación de la pesca y en cierto modo, la construcción de la Central Hidroeléctrica de Urrá, contribuyeron a languidecer este gran humedal que en perfecta armonía se interconectaba con el río Sinú, dando origen a lo que nuestros pescadores llamaban anualmente la subienda. Los peces después de salir de las ciénagas, remontaban los ríos para el desove y posteriormente bajaban tumultuosos invadiendo los espejos de agua y proporcionando grandes jornadas de pesca y abundancia de comida. Pero sobrevinieron las grandes extensiones agrícolas, la ganadería extensiva, con su carga de productos químicos para combatir plagas y enfermedades en plantas y animales produciéndose modificación en la composición natural del suelo, en la contaminación de las aguas, en la deforestación y en la desecación de los humedales. El recurso pesquero se fue agotando, el tamaño de los humedales se fue reduciendo mientras que la naturaleza exteriorizaba su resentimiento con menos flora y menos fauna.
La Ciénaga Grande del Bajo Sinú conocida también con el nombre de Ciénaga de Lorica, tuvo sus mayores asentamientos humanos caracterizados por la presencia de los Zenúes hace mas de 500 años cuando Europa empezó a incursionar por estos lares, encabezados por España. Alrededor de la Ciénaga que nos ocupa se ubicaron grandes conglomerados zenúes cuya agricultura se compaginaba con la naturaleza. El indio solo tomaba de ésta lo necesario hasta que todo empezó a trastornarse con el advenimiento de los enviados del Viejo Mundo. La Conquista ocurrió, las masacres fueron prolongadas, se llevaron grandes riquezas y el despojo fue inconmensurable. Luego advino la independencia, nació la República y el siglo XX nos sorprendió administrando y tratando de recomponer una naturaleza tremendamente maltratada. Esta vez no fueron foráneos sino los propios nacionales quienes revolvieron la olla. Y después de heredar dudosas Cédulas conseguidas de la antigua Corona, iniciaron una pugna por la posesión de la tierra y los colores políticos. Los ríos se llenaron de sangre y la confusión llegó hasta nuestros días. La gran Ciénaga de Lorica extendía sus contornos desde Purísima, Momil, Chimá, Cereté, Ciénaga de Oro, San Pelayo y Lorica. De igual modo, en su margen izquierda las aguas ocupaban grandes extensiones de Montería habilitadas hoy para la ganadería y la agricultura, en desmedro de ciénagas de menor tamaño que poco a poco fueron desapareciendo. La construcción de la central Hidroeléctrica de Urrá, que entró a generar energía a comienzos del siglo XXI, le aportó ingredientes nuevos al problema ambiental porque los peces que remontaban el Sinú no podían continuar a causa de la inmensa pared del embalse. Estos peces, también llamados reofílicos, se acostumbraron sin embargo a vivir aguas abajo. Además, hubo mas causas: El crecimiento de los pueblos ribereños o cercanos al gran Sinú, la abundancia de veredas y corregimientos nuevos, la apertura de carreteras, y hasta la insólita entrega de tierras del gran humedal por parte de una empresa estatal llamada en ese entonces Instituto Colombiano para la Reforma Agraria, Incora. Fue ni mas ni menos que oficializar un despojo donde la Ciénaga Grande llevó la peor parte. Se trata de la resolución 010 de 1982 firmada por el Incora en donde se hizo el deslinde de una gran extensión de tierra que era parte de la zona de amortiguación. Por eso se suscitan graves inundaciones, porque los ríos tratan de buscar sus viejos caminos y en sus hospedajes invernales ocupar sus contornos. Con todo lo que se intenta hacer en provecho de los grandes charcos de agua, ocurren sin embargo situaciones que contradicen la bondad de las intenciones. Por ejemplo, hasta hace muy pocas semanas ,una máquina retroexcavadora fue llevada por un ganadero para romper casi en el propio corazón de una de sus orillas y abrió un terraplen para contener el ingreso de las aguas como usualmente ocurre en estos tiempos invernales que este año se prolongarán hasta diciembre, según el Instituto de Hidrología, Meteorologia y Estudios Ambientales, Ideam. Pasaban vehículos grandes y pequeños, cargados de pasajeros, de productos del campo, turistas, autoridades y gente de la región. Nadie decía nada. Era como si la retroexcavadora hiciera parte cotidiana del paisaje. Semanas después, algunos ambientalistas se preguntaban qué estaba pasando allí, por qué no había intervención de la autoridad, etc. Se supo semanas después que el ganadero fue citado por un juzgado local para que diera cuenta del osado maltrato. Por ahí va esa historia. No muy lejos de allí, un exalcalde de Ciénaga de Oro, un municipio estrechamente vinculado al agua, se apropió de una pequeña ciénaga de más de 200 hectáreas para explotarla en su provecho. Semanas después se escucharon quejas y reclamos ante semejante despojo. Esta otra historia apenas comienza. Y hay otra más que sigue en ciernes: la sentencia de la Corte Constitucional a los alcaldes del área para restituir a la ciénaga todos sus espacios hurtados y alterados. De otro lado, a 40 minutos de la capital cordobesa, al sur del departamento, la ciénaga de Betancí, que lleva su nombre en honor de una princesa Zenú, pugna por sobrevivir en medio de la indiferencia y el olvido de las autoridades y funcionarios encargados de su cuidado. Betancí, al pie del corregimiento de Maracayo, exhibe a primera vista apariencia de un jagüey o bebedero del ganado. Los campesinos dicen que de noche los dueños de haciendas y fincas amplían sus cercas, quitándole espacio al espejo de agua. Esta es una de las maneras como gradualmente se ha reducido su tamaño, cuyas 1295 hectáreas no superan ni a Ayapel ni a la del Bajo Sinú. También la vegetación acuática se ha extendido en diferentes segmentos de sus aguas y de este modo avanza la desecación sistemática. Betancí esta conectada a través de un caño natural con el rio Sinú. En el pasado, cuando el caudal subía de nivel entregaba agua fresca y si la ciénaga por efecto de las lluvias se llenaba primero entonces le retornaba agua al gran río. Cualquier día, hace más de 20 años, supuestamente un grupo paramilitar construyó un muro en medio del caño y cortó la comunicación entre Betancí y el Sinú. Las larvas y alevinos no pudieron ingresar más, la población íctica se redujo, mientras que tanto pescadores y campesinos como autoridades y funcionarios en Montería guardaron completo silencio porque no querían meterse en problemas mayores. Con el tiempo, la CVS, adelantaba tímidos programas allí como siembra de pequeñas cantidades de alevinos de bocachico, bagre y dorada en jaulas. Un funcionario de la CVS que pidió no mencionar su nombre, recalcó que las cosas en Betancí estaban mejor que antes; que los dueños de tierras no han vuelto a mover cercas y la vegetación acuática está limitada. Poco faltó para que subrayara que lo que allí hay ahora es un paraíso. Otras voces sin embargo dicen que en los contornos de Betancí se requiere adelantar un programa intensivo de reforestación, mantener vigilancia permanente, realizar su repoblamiento de las diferentes especies que siempre abundaron en el lugar y ejercer un control pesquero adecuado para no acabar con este recurso; Betancí requiere la recuperación de los espacios hurtados por el vecindario, extraer toda la vegetación acuática posible y abrir cabida a programas de ecoturismo controlados para devolverle la vida a Maracayo, su orgullo y valor histórico y proporcionar jornadas de trabajo. Con todo, los pescadores de este sitio, ponderan hoy por hoy la existencia del muro y consideran que, a pesar de los inconvenientes creados, Betancí no se secó ni perdió mayores espacios. En el pasado se han hecho investigaciones alrededor de esta gran laguna, como el de Carlos Castaño Uribe, de la Fundación Herencia Ambiental Caribe y se ocupa de un tentativo plan de manejo que al parecer ya entró en funcionamiento. Pero el cuello de botella de este potencialmente hermoso lugar es la falta de acción de quienes están en el deber de hacerlo y no lo hacen. Y la cabeza mas evidente sigue siendo la CVS. En Córdoba se ha llegado al punto de una opinión generalizada: hay muchos documentos, muchos estudios, mucha teoría y planes de manejo para todos los gustos pero pocón pocón en acciones concretas. Por su parte, la majestuosa ciénaga de Ayapel, orgullo de Córdoba por su auténtico ancestro sinuano esta ahí cual paciente que espera ansiosa al médico que la redima, imperturbable, orgullosa y cargada de historia y contradicciones. Porque este gran espejo de agua, el mas grande de Córdoba, y el segundo de Colombia, sigue luchando en medio de su grandeza, sus batallas y el olvido. Son 50000 hectáreas de extensión que exhibe en épocas veraniegas y hasta 190000 en épocas invernales. En su complejo lagunar existieron los imperios de la iguana, del camaleón, de diferentes variedades de patos, del chavarri, del manatí, del bagre, la guartinaja, el armadillo, la nutria, la ardilla, el mono aullador, las hicoteas, babillas y caimanes y decenas de otras especies que acusiosos investigadores resumieron de la siguiente manera: 178 especies de aves, 12 especies representativas de peces, 20 especies de reptiles, 74 especies de mamíferos y una flora envidiable repleta de especies medicinales, maderables, acuáticas, frutales, ornamentales y toda una variedad provista por la madre naturaleza. Ayapel, al pie del municipio del mismo nombre, lucha hoy por hoy contra la deforestación, contra la contaminación por mercurio, la sedimentación, la extinción y amenaza de muchas especies, la lenta desaparición del concepto de paraíso y la tristeza de los seres humanos que la acompañan. Su fuente de desastres proviene de las inundaciones del rio Cauca cuando este se desborda durante fuertes inviernos y al desbordarse el caudal, rompe e invade sin consideración alguna los bordes sagrados del gran espejo de agua. Una cosa es que los aguaceros intensos provoquen el crecimiento de la ciénaga y llegue hasta sus zonas de amortiguación natural. Otra cosa muy distinta es que el señor rio Cauca, impetuoso y atrevido, inunde sin control aquella piscina natural. Y aquí es troya: Casas y ranchos campesinos destruidos, parcelas de pancoger desaparecidas, cultivos extensivos de arroz, maíz y plátano inutilizados. Y todo convertido en un maremagnum de desgracias y en un sálvese quien pueda. El drama se acrecienta con otro problema. La desaforada búsqueda de oro de aluvión en extensas áreas que circundan la ciénaga de Ayapel mediante el uso de maquinaria pesada y la utilización de mercurio, que en cantidades acumuladas, es mortal tanto para la salud humana como para la vida de los peces. Todo el movimiento de tierras de la minería forma escorrentias que finalmente llegan hasta este pequeño mar de agua dulce, perturbando el orden natural de las cosas. Los grandes espacios de mangle dulce y de otros árboles no dentro ni en la orilla sino distantes de la orilla han desaparecido causando la migración de aves y otras especies. En realidad de verdad, la batalla contra el olvido es grande. La casa quedó muy desordenada. Afortunadamente hay gente buena convencida de que se puede enderezar el camino. En este pequeño grupo figuran numerosos profesionales e investigadores elaborando planes, sugiriendo ideas, recomendando acciones y muy convencidos de que la lucha hay que emprenderla para salvar este tesoro natural que durante siglos fue uno de los mejores vivideros de los zenúes. De otro lado, la batalla incluye luchar contra la paquidermia de entidades oficiales, incluyendo al propio Ministerio del Ambiente a nivel nacional y de la CVS, a nivel regional. La declaratoria de territorio Ramsar fue el primer gran logro. “En el marco del día mundial de los Humedales, el Complejo Cenagoso de Ayapel fue declarado el décimo humedal RAMSAR de Colombia. Esto significa que acaba de ganar protección especial internacional, firmada por el 90% de los países de las Naciones Unidas, para el uso sostenible de los cuerpos de agua del mundo” relataba la periodista Helena Calle [1]. Pero mucho antes de Ramsar, en el 2003, había nacido la Corporación para el Desarrollo Integral de la Ciénaga de Ayapel, Corpoayapel, conformada por paisas y cordobeses, que se enamoraron de la ciénaga y encauzaron sus objetivos hacia la protección y mejoramiento del área ambiental que nos ocupa. Corpoayapel fue el mejor amigo que se consiguió la ciénaga desde entonces porque desde Montería, la CVS ni sonaba ni tronaba y mucho menos desde Bogotá el esquivo Ministerio del Ambiente. Cabe anotar que 4 años después del nacimiento de Corpoayapel, en 2007, se conoció la primera versión del plan de manejo para la Ciénaga de Ayapel, elaborado por investigadores de la Universidad de Antioquia. Ese mismo plan inició su recorrido por entidades y gavetas hasta 2019 cuando la Fundación Herencia Ambiental Caribe que lidera Carlos Castaño Uribe realizó una actualización del documento que luego de aprobado sería ejecutado por las entidades pertinentes. Indudablemente, después de ese largo peregrinaje, la reactivación de este plan se debió en gran parte a la declaratoria de Ramsar cuya primera consecuencia positiva sería que se contaría con recursos nuevos para emprender la gran odisea de la recuperación. En ese momento, una de las responsabilidades principales la asumió Corpoayapel, dirigido por Nicolás Ordoñez, la primera víctima de la larga espera de ayuda económica para acometer las primeras acciones. Una de ellas, la de sembrar gradualmente un millón de árboles alrededor del gran estanque ayapelense. Corpoayapel esperaba recaudar 50 mil dólares para iniciar el proyecto, pero sólo alcanzo a recaudar casi 19 mil dólares hasta la fecha. Aún así, el trabajo comenzó y alcanzaron a sembrar cerca de 40 mil árboles, al cabo de los cuales se acabaron los primeros recursos aunque los recaudos han continuado y los viveros creados siguen expectantes. Empresas como Sura y Postobón e instituciones como la Universidad de Antioquia se han unido a la causa [2]. Un año después de Ramsar, Eduardo Padilla, a la sazón, presidente de la Red Nacional de Veedurías, exterioriza sus primeras preocupaciones: “Se esperaba que esa convención internacional trabajara en pro del uso racional del ecosistema, que velara por el mantenimiento de sus características, que vigilara para garantizar su manejo eficaz y cooperara en el ámbito internacional; todas estas buenas intenciones estaban enmarcadas dentro del plan estratégico Ramsar 2016-2024. Pero como dice la teología: El árbol se conoce por sus frutos, y este árbol aún no ha dado ni flores.” [3] En este orden de ideas, otra voz autorizada que recoge nuevos enfoques sobre el particular, es la del primer alcalde popular que tuvo el municipio de Ayapel, antes de concluir el siglo XX. Se trata de Johnny de la Ossa, quien procesa: “el segundo complejo de humedales del país se debate en la agonía, a pesar de los esfuerzos de un puñado de paisas que lograron convertirla en sitio Ramsar, en el 2018, luego de más de cinco años de estudios liderados por CorpoAyapel y la Universidad de Antioquia, se aferra a sobrevivir con la tristeza causada por la indiferencia de sus habitantes, de las entidades gubernamentales y de los arrebatos de la naturaleza por la fuerza avasalladora del río Cauca con su seguidilla de inundaciones generadas por la desidia del Estado y los cambios climáticos para resquebrajar al humedal depositario de un sistema cenagoso que conecta ríos, deltas, humedales, cuencas y caños por donde pasan 64 especies de aves migratorias provenientes, en su mayoría, de Canadá y Estados Unidos para completar su ciclo de vida o resguardarse del invierno del norte.”
En medio de todo el barullo que forman los que reclaman y soslayan quienes tienen la responsabilidad de atender los problemas, emerge como si se tratara de una orden lapidaria, la sentencia T-194 de 1999 de la Corte Constitucional de Colombia, vigente y como dedo acusador recordando que hay que desocupar todos los espacios de ciénagas y humedales intervenidos e invadidos por terceras personas para su provecho. La sentencia es perentoria y ordena la acción inmediata de todos los alcaldes de los municipios que de alguna u otra manera reciban la influencia del río Sinú. Dicha norma aparte de otras consideraciones señala: “Segundo. Ordenar a los Personeros, Alcaldes y Concejales de Tierralta, Valencia, Montería, Cereté, Lorica, San Bernardo del Viento, Purísima, Chimá, San Pelayo, Ciénaga de Oro, San Carlos, Momil, San Antero y Moñitos, que procedan de inmediato a: 1) suspender toda obra de relleno y desecación de pantanos, lagunas, charcas, ciénagas y humedales en el territorio de esos municipios, salvedad hecha de las que sean indispensables para el saneamiento; 2) adelantar las actuaciones administrativas de su competencia e instaurar las acciones procedentes para recuperar el dominio público sobre las áreas de terreno de los cuerpos de agua que fueron desecados y apropiados por particulares; 3) regular la manera en que se hará exigible en esos municipios cumplir con la función ecológica que le es inherente a la propiedad (C.P. art. 58), establecer y cobrar las obligaciones que de tal función se desprendan para los particulares y entes públicos; y 4) revisar los planes y programas de desarrollo económico y social, para dar prioridad a las necesidades que se derivan de : a) el tratamiento y vertimiento de las aguas negras, b) la recolección y disposición de basuras, y c) la recuperación de los cuerpos de agua. Se ordenará también a la Gobernación del Departamento de Córdoba que proceda de igual forma, y coordine el cumplimiento de tales tareas por parte de los municipios mencionados, sometiéndose a las políticas del Ministerio del Medio Ambiente sobre la materia. El Gobernador informará sobre la manera en que se acaten estas órdenes al Tribunal Superior de Montería –juez de tutela en primera instancia-, a la Procuraduría y a la Contraloría Departamentales, a fin de que éstas ejerzan los controles debidos. Tercero. ORDENAR al Instituto Colombiano para la Reforma Agraria –INCORA-, que suspenda inmediatamente la política irregular de adjudicar como baldíos los terrenos públicos ubicados en las márgenes de las ciénagas de Córdoba, y las áreas que resulten del relleno de los humedales, lagunas, pozos, lagos o caños de la hoya del Sinú.” [4]
Posteriormente el tribunal superior de Córdoba ordenó al gobernador de turno crear comités de seguimiento a los alcaldes con el fin de verificar el cumplimiento de dicha orden. Ningún gobernador se ha reunido desde entonces para discutir la creación de dichos comités. Y mucho menos ningún alcalde, con honrosas excepciones como las del “Negro” Padilla en Cereté, le pararon bolas a la Corte Constitucional. Aparentemente la situación de las ciénagas y humedales de Córdoba anda como gitanos sin techo o como barco a la deriva. En Betancí hay una evidente desatención; en Ayapel, casi todo está por hacer y en el Bajo Sinú las inundaciones son cada vez más incontrolables. Sin embargo, para el ambientalista, asesor de pescadores del Bajo Sinú, experto en desarrollo educativo y conferencista internacional, Juan José López Negrete, a pesar de la complejidad de los problemas, las soluciones son muy claras. Restaurar los espacios hurtados, es decir, humedales y zonas de amortiguación ocupadas. Y en segundo lugar, convertir a la central hidroeléctrica de Urrá en reguladora de inundaciones más que generadora de energía. “Algo similar es lo que hay que hacer en Córdoba y aprender a convivir con sus espejos de agua; conocer los ciclos de invierno y verano y recoger cosechas antes que llegue el invierno respetando siempre los espacios de los humedales. Son cerca de 200 mil hectáreas para recuperar. Restituir la mitad de esta cantidad sería un gran avance. Y en segundo lugar, que Urrá se convierta en regulador de inundaciones y pase al segundo lugar la generación de energía. La construcción de Urrá que empezó a generar en el año 2001, complicó mas la situación, porque una hidroeléctrica construida en un río de llanura es un problema.”, remató el ambientalista . López Negrete también recuerda algunos acontecimientos promovidos por el hombre que contribuyeron a llegar al estado de cosas que hoy se lamentan y se tratan de corregir. Como la construcción de un canal cerca del corregimiento de Las Palomas en la margen izquierda del Sinú, de 5 metros de profundidad y 20 de ancho que desecó de un tajo todas las zonas inundables del río Sinú. “En la margen izquierda la misma CVS construyó un canal entre Las Palomas y Cotocá Arriba. La gente de este corregimiento se opuso porque con dicho canal se estaban desecando todos los humedales de los alrededores. El canal es de 6 metros de profundidad por 20 de ancho. Y todo era para rehabilitar el sistema natural del caño Las Palomas y El Caño de la Balsa. Una acción del estado termina provocando un desequilibrio hídrico y pagando los platos rotos los habitantes del Bajo Sinú, porque el agua que retenían los humedales de las palomas se succionaban directo al río que inundaba y desbordaba con mas intensidad los humedales del Bajo Sinú. La mano del hombre también desecaba nuevos espacios reduciendo el área de la ciénaga grande. “ Sin embargo, nuestro interlocutor enfatiza en los primeros daños en la década de los 50’s a los cuales se suma toda la problemática actual. “Hay dos elementos claves que hay que tener en cuenta. El río de llanura como el Sinú va a seguir inundando siempre sobre su área aluvial. La gran Depresión Momposina, el Cauca, el San Jorge y El Magdalena influye sobre esa región. Igual que ocurre en nosotros con el Valle del Sinú. Estamos sujetos a lo que se denomina variabilidad climática. Cada 25, 50 o 100 años, una gran inundación. Nosotros teníamos inundaciones regulares a las que la gente estaba acostumbrada, cada 10 años. Pero a esto hay que agregarle la intervención humana, cómo hemos intervenido o transformado nuestra cuenca. Ahí es donde está el verdadero lío. Veamos este ejemplo: durante los últimos 70 años hemos eliminado 270 mil hectáreas de humedales en Tierralta, Montería, San Carlos, Valencia, San Pelayo y Cereté. Humedales que fueron prácticamente arrasados. Solo un proyecto que hizo el estado durante los años 60 y 70, el llamado Distrito de drenaje (distrito de riego) en Montería con cuatro canales uno de los cuales atravesaba lo que es hoy el municipio de Cotorra y desecaron 53 mil hectáreas de tierra que hoy por hoy se destinan para la siembra de maíz, algodón transgénico y otros cultivos.” Mientras todo esto ocurre el pescador Enildo Cantero Doria de 56 años le echa un vistazo a sus tres hijos, se toma el primer tinto de la mañana y saluda amorosamente a su esposa y parte a cumplir alguna faena de pesca y a conversar con sus compañeros sobre problemas que directamente les atañen. Enildo nació en el corregimiento de Cotocá Arriba y funge como presidente de la Federación de Pescadores Artesanales y Productores Acuícolas de Cordoba que aglutina a 35 asociaciones asentadas en Lorica, Purísima, Momil, Chimá, Cereté, Cotorra y San Bernardo del Viento entre otros. Todos ellos abogan por el rescate de la pesca y suman 1100 afiliados; otra agremiación llamada Asprocig lucha por el rescate de la cultura pesquera. “La pesca artesanal que yo ejercí entre los años 80 y 90 fue una maravilla, había mucho bocachico. En ese tiempo llegaban camiones de todas partes y regresaban cargados de pescado principalmente bocachico, hacia Barranquilla, Caragena, Sincelejo, Medellín y otras ciudades; cargaban principalmente en el corregimiento de San Sebastian y en el barrio Gaita de Loríca; también en Cereté. Y en Cereté porque el bocachico entraba por el caño Bugre o por el río Sinú, entonces allá también esperaban muchos camiones. Todo esto desapareció con la construcción del muro del embalse de Urrá. Aquellas subiendas repletas de pescado no volvieron”, recuerda con nostalgia Enildo. El grito de alarma cundió en todo el Bajo Sinú mientras la naciente empresa hidroeléctrica era considerada como la fuente de todas las desgracias. Urrá acatando ordenes superiores trazó un plan de mitigación que incluía redoblamiento en el rio y en las ciénagas, planes de reforestación, indemnización a colonos, indígenas y pescadores y decenas de actividades encaminadas a los mismos objetivos. Cabe anotar que desde tiempo atrás otros impactos contra el Sinú y sus espejos de agua venían afectando su fortaleza ictíca como la sobrepesca, la deforestación, la contaminación por productos agroquímicos. De todos modos el tejido social en el Bajo Sinú se rompió según el dirigente pesquero “De la noche a la mañana ya no había nada que hacer sin pescado. Mucha gente emigró para Venezuela, para Bogotá, para Urabá. Los jóvenes que desde niños aprendieron de sus mayores el arte de la pesca buscaron nuevos oficios como ayudantes, mensajeros jornaleros y mototaxistas; un alto número de mujeres jóvenes que antes cumplían distintas faenas con el pescado terminaron como empleadas de servicio domestico en Bogotá, Barranquilla, Medellín y otras ciudades. El lazo fuerte, el vinculó social se rompió.” Para el investigador social y director del Centro de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad del Sinú, Victor Negrete Barrera, existía un verdadero equilibrio entre el hombre y los diferentes espejos de agua y humedales que nos circundaban. En una conferencia dictada en el Banco de la República sede Montería sobre los humedales como razón de vida, cultura, arte y sentimientos, profundiza detalladamente en los alcances de esa simbiosis. Era una especie de identidad plena de la cultura anfibia del hombre sinuano con toda la feracidad de su entorno. Una cultura donde florecieron los más elementales oficios como el canoero, lanzador de redes, el transportador de pescados, el vendedor, los que tiran el anzuelo. Actividades disímiles que se compaginaban con otras ocupaciones para las mujeres, los indios, los afrodescendientes y los foráneos. Y así abundaron también la vaquería, el tendero, el chofer, el mensajero, en medio de una inmensa variedad de recursos vegetales y animales. En medio de nuevos conocimientos y respetando una especie de filosofía de la vida no escrita donde la amistad, el respeto, la solidaridad y la palabra eran valores imperantes. La lista es minuciosa y larga, presentada por el investigador Negrete Barrera y obliga a la evocación de unas costumbres que los nuevos tiempos fueron cambiando como aquella de la dedicación casi sagrada a la pesca del bocachico. “Era un territorio lleno de vida, con todo lo que uno se puede imaginar. Estos recursos de los humedales les ofrecía al hombre y la mujer cordobesa todas las posibilidades de vida y de oportunidades de trabajo y subsistencia.” [5] Vale recordar, que tanto Juan José López como Victor Negrete han sido defensores permanentes e incansables de los humedales y siguen esperanzados en una añorada recomposición.
De otro lado volviendo con el dirigente pesquero este subraya que “la última gran subienda ocurrió en 1996 pero nunca pensamos que el río iba a morir porque para nosotros su muerte fue la falta de peces. En cierto modo también acabaron con nuestras familias porque cuando ocurre un deterioro social como el que vivimos las cosas quedaron al revés. El pez insignia era el bocachico y con él se fueron también el blanquillo, la charúa o dorada, el bagre, la doncella, la cachana, el capucho, el barbul, la liseta o comelón y otros.”
El presidente de la agremiación pesquera terminó la conversación con esta frase que es casi como una oración para el gremio: “El hombre no ha terminado de entender que las ciénagas, los espejos de agua y el río están donde deben estar y somos nosotros quienes debemos convivir con ellos y respetar sus sitios”. Los pescadores de todos modos confian en que todo vuelva a la normalidad. Por ahora han incrementado estanques piscícolas para compensar la escasez en el río. Por su parte, el presidente de Urrá e Ingeniero Civil especializado en Ingeniería Sanitaria e Ingeniería Ambiental, Rafael Piedrahita, reconoció los cambios que generó el embalse y explicó claramente sus objetivos. “Las inundaciones son de los desastres más importantes entre los riesgos naturales, esto ha significado en el pasado para los habitantes ribereños del rio Sinú daños económicos, enfermedades y víctimas. Los embalses desempeñan un importante papel en la mitigación de los impactos producidos por las inundaciones, función que debe contemplarse dentro del marco de la gestión integrada de las inundaciones. Las presas constituyen una medida estructural muy efectiva; ya que pueden almacenar importantes volúmenes de las crecientes, modificando en el peor de los casos el caudal pico que pasa por el rebosadero y transita aguas abajo de la presa. El complejo hidroeléctrico Urrá, diseñado con fines multipropósito: generación de energía, regulación para control de crecientes y abastecimiento en épocas de sequía y turismo entre otros, cuenta con estrictas reglas de operación que armonizan estas variables, y que fueron autorizadas, aprobadas y son monitoreadas por la autoridad ambiental y entidad competente del sector eléctrico. Antes de la entrada en operación de la hidroeléctrica, para el periodo 1980 – 1999 se presentaron 261 crecientes con caudales medios diarios superiores a 700 m3/s, resaltándose por su magnitud la inundación de julio – agosto de 1988, la cual en su momento ocasionó daños que fueron avaluados en $21.000 millones, $647.202 a precios de hoy. Desde que la central hidroeléctrica entró en operación en el año 2000 se han controlado 351 crecientes con caudales medios diarios superiores a 700 m3/s, y se han presentado reboses con valores superiores a ese caudal únicamente en dos años (4 días en 2007 y 6 días en 2010). De no existir el embalse, estas crecientes habrían transitado por el río Sinú de manera natural, ocasionando inundaciones de gran magnitud con sus consecuentes pérdidas económicas, materiales y humanas.” En cuanto a las soluciones, Piedrahita añadió que “a pesar de que se cuenta con el embalse Urrá, medida estructural que ejerce un control casi total sobre las crecientes que llegan al embalse desde el Parque Paramillo, la solución para el control de las inundaciones en el Valle del Sinú es compleja, pero no imposible; se requiere de obras como canales, diques, dragado y limpieza de caños, recuperación de áreas de ciénagas y humedales, pulmón natural de las crecientes, recuperación de la vega del rio Sinú y caños conexos, educación ambiental, sistemas de alerta preventivo, planes de emergencia y mantenimiento de estructuras contenedoras de agua.”
Conclusiones.
- El rio Sinú durante sus subiendas anuales producía espectaculares cantidades de bocachico. Este hecho generaba trabajo, comida, ingresos y le abrió campo a multitud de ocupaciones, modos de ser y creencias.
- El estado, a través del Incora, legalizó el despojo de los humedales del bajo Sinú al otorgar tierras que se habilitaron para la agricultura. Crecieron los agroquímicos.
- Los ganaderos también segaron muchos espejos de agua y extendieron sus cercas para ampliar el pastoreo. Aportaron mas agroquímicos.
- La construcción del embalse de Urrá detuvo el proceso de la subienda y desbarajusto su ocurrencia.
- El objetivo hoy por hoy es recomponer, cumplir la sentencia T-194 de 1999 de la Corte Constitucional y avanzar en otras propuestas.
- Son los seres humanos los que deben amoldarse al río y no este a los seres humanos. Porque la naturaleza se vence obedeciéndola.
Por eso, en momentos en que todo esta patas arriba hay consenso y aprobación generalizada del válido reclamo de los humedales.
Referencias
[1] H. Calle, “Los retos para la Ciénaga de Ayapel ahora que es Ramsar | Blogs El Espectador.” https://blogs.elespectador.com/actualidad/el-rio/los-retos-la-cienaga-ayapel-ahora-ramsar (accessed Sep. 11, 2021).
[2] “Que hacemos – Corpo Ayapel.” https://corpoayapel.org/que-hacemos/ (accessed Sep. 11, 2021).
[3] E. Padilla Hernandez, “La Ciénaga de Ayapel, entre la Gestión y la Indiferencia | La Otra Cara.” https://laotracara.co/recomendados/la-cienaga-de-ayapel-entre-la-gestion-y-la-indiferencia/ (accessed Sep. 11, 2021).
[4] “T-194-99 Corte Constitucional de Colombia.” https://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/1999/T-194-99.htm (accessed Sep. 13, 2021).
[5] “Banrepcultural – Seminario. Los ríos, ciénagas, humedales y caños de Córdoba nos cuentan sus historias. | Facebook.” https://www.facebook.com/BanrepculturalMonteria/videos/938456616747616/ (accessed Sep. 17, 2021).